En las enseñanzas del filósofo esotérico Gurdjieff se nos invita a establecer un contacto consciente con nuestro cuerpo físico. Este ejercicio, lejos de ser una novedad, proviene de antiguas escuelas iniciáticas de Rusia, Turquía, Irak y Armenia, particularmente del sufismo islámico, tradición que guarda muchas similitudes con la Masonería. A diferencia de muchas religiones que ven al cuerpo como algo inferior frente al espíritu, estas corrientes lo conciben como un puente hacia la conciencia superior.
En el esoterismo cristiano también hallamos la misma idea: el cuerpo como instrumento de conexión con el espíritu. La Biblia nos recuerda:
"¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en vosotros y que habéis recibido de parte de Dios?" (1 Corintios 6:19).
Cristo, como hombre de carne y hueso, llamó Padre (Abba) a ese nivel superior de conciencia al que aspiramos acceder. Los masones lo llamamos Gran Arquitecto del Universo; otras escuelas lo denominan Logos, Nous, Tao, Dios o el Cósmico.
En Masonería, el templo masónico es una representación simbólica tanto del Cosmos como del cuerpo humano. El cuerpo, por tanto, no es una carga, sino el espacio donde ocurre la transmutación iniciática: el lugar íntimo donde lo material y lo espiritual se encuentran.
Sin embargo, la filosofía occidental —desde Platón hasta Descartes— ha tendido a separar cuerpo y alma, concibiendo al primero como algo inferior. Platón lo asocia con lo perecedero, mientras que Descartes lo define como una máquina. Esta visión mecanicista redujo al hombre a un “animal racional” olvidando su riqueza existencial.
Frente a ello, pensadores como Spinoza y Nietzsche revalorizaron el cuerpo. Para Nietzsche, “hay más razón en el cuerpo que en la misma razón”. El cuerpo no debe ser despreciado, pues en él reside la fuerza de la vida. Negarlo sería renunciar a nuestra esencia.
Como masones, nuestro propósito no es rechazar la razón, la ciencia o la religión, sino integrarlas con una visión más amplia que rehabilite el cuerpo como un templo divino. El cuerpo humano ha permanecido constante en la historia: nuestras necesidades de salud, alimento, cobijo y comunidad siguen siendo las mismas. Es en este espacio físico donde podemos buscar la unidad perdida y despertar a la conciencia real.
Gurdjieff utiliza una parábola esclarecedora: el ser humano es como un carruaje (cuerpo), tirado por un caballo (emociones) y dirigido por un cochero (mente). Sin embargo, el cochero suele estar ebrio en una taberna, mientras el caballo y el carruaje se descuidan. Solo un “choque consciente” puede despertar al cochero, permitirle subir a la caja, tomar las riendas y conducir el carruaje hacia el destino trazado por el verdadero Amo: el Yo Real.
Nuestra tarea, como masones, es precisamente esa: despertar del sueño mecánico, superar la ilusión del Yo Imaginario y avanzar hacia la unidad interior. El cuerpo, lejos de ser un obstáculo, es el templo en el que esa obra puede realizarse. Hacer contacto consciente con él significa recuperar el poder sobre nosotros mismos, asumir nuestro destino y participar de lo divino.
El cuerpo humano es sabio. Guarda claves ocultas para nuestra evolución espiritual. Al comprenderlo como un templo masónico divino, reconocemos que la verdadera iniciación no está fuera, sino dentro de nosotros mismos.
Por el QH:. Carlos L. Sánchez
Guayaquil, Ecuador
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