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El significado de la Humildad en Masonería

La Realidad Masónica tiene muchos aspectos o facetas; es como un prisma de muchas caras. Una de tales caras o facetas es la humildad, la modestia, lo que en la terminología Masónica se suele designar como «Una virtud indispensable para ser Masón », « humildad no es debilidad» <tampoco pequeñez».

La idea Masónica tiene muy claro que sin ser humilde no se puede ser un verdadero y autentico masón , de la misma forma que sin ser uno mismo es imposible ser humilde. No es posible una forma de vida sencilla, espontánea y auténtica allí donde se acumulan los desperdicios mentales generados por la soberbia, la altanería, la presunción, la ambición, el orgullo y la egolatría. Todos estos son obstáculos que impiden el acceso al Gran Arquitecto del Universo . La vanidad es el primer artificio del que hay que desprenderse para que la vida masónica discurra con total naturalidad y poder así vivir en conformidad con el Gran Arquitecto del Universo . Sólo la humildad puede liberarnos de ese lastre molesto, inventado, excesivo, tan artificioso y Perjudicial. Por eso la humildad aparece como uno de los rasgos distintivos del Masón , el Iniciado autentico. 
Pero la humildad masónica es algo muy diferente de lo que Normalmente se entiende por humildad en el mundo profano. Se ha puesto de relieve la distancia que separa a la humildad masónica de la humildad entendida en el Cristianismo. 

Aunque las observaciones son válidas si se entienden referidas a la perspectiva moralista propia de las formulaciones más exotéricas de la tradición cristiana, que son aquellas a las que estamos más acostumbrados, ya que en el esoterismo cristiano podemos encontrar una concepción muy semejante a la idea masónica. Mientras la humildad cristiana -se nos dice - consiste en un sentimiento de indignidad de la criatura ante la majestad de su Dios, acrecentado por la conciencia del pecado y de la culpa por haber ofendido dicha majestad, la humildad del Masónica consiste en «no singularizarse, no querer destacar, no querer salir del Todo común al que uno pertenece».

Se podrían distinguir, a su vez, varios aspectos en la humildad del masón . En primer lugar, la humildad, para la Vía Masónica , significa amor a una modesta medianía, ausencia total de amor propio y de afán de protagonismo. No querer sobresalir, mantenerse en el último lugar, posponerse o quedarse al margen; permanecer en el anonimato; vivir en la oscuridad; situarse abajo en vez de enaltecerse y endiosarse; no buscar las altas posiciones ni los lugares eminentes, no tratar de ocupar los mejores puestos; ocultar las propias cualidades y velar los propios destellos; no compararse con los demás ni competir con ellos para demostrar que se es mejor que ellos. El masón humilde, se nos dice, no da importancia a la propia importancia y no se tiene a sí mismo como alguien sobre los demás; y abraza lo que todo el mundo profano desprecia y no reclama para sí títulos que hagan humillar a los demás. 
Pero humildad significa también para la ética Masónica la fórmula para llevar bien las cosas en logias. Es rechazo de cualquier forma de agresión , tensión o rigidez todo lo contrario de la fuerza bruta del Ego y la tendencia a imponerse cueste lo que cueste. Ser humilde, de acuerdo a la visión masónica es más que debilidad , fuerza y decisión 
Para la Masonería la humildad , es saber adaptarse a las circunstancias, no prestar resistencia violenta a las agresiones . 
Para la masonería la humidad quiere decir ceder sin doblarse ni humillarse, estar siempre con mente abierta y despierta, dispuestos a acoger lo que venga a nosotros, liberarse de la pesantez, la inercia vital y la cerrazón mental, saber escuchar y no obsesionarse con las cosas, vivir con lucidez, con un ánimo relajado y distendido. No hay nada más opuesto al espíritu Masónica que el individuo inflexible, intolerante, extremista, fanatizado, tirano consigo mismo y con los demás... o, también, en la otra cara de la moneda, el individuo enfadoso, pesado, insoportable (ese que aturde y aburre hasta a las piedras). 
El símil de la Humildad con el Agua
Es la virtud de la Humidad, en la que la Masonería toma el modelo del Agua que el masón ha de tomar en su conducta existencial. La Humildad debe ser como el agua que se adapta a cualquier superficie y va buscando los bajos fondos; la fuerza del Agua consiste en su debilidad, en su tremenda flexibilidad y blandura. Además de la imagen del agua, la Masonería usa otras muchas figuras simbólicas para ilustrar esta condición de blandura propia del ideal Masónico de la humildad: hacerse un buen servidor de la Humanidad; ser alguien que hace servicio a los demás; ser dócil para el mundo; ser un viento suabe que no moleste a los demás. La humildad es también hacerse pequeño, aminorarse, achicarse, reducir las propias pretensiones y aspiraciones. Para que de esta manera de ver las cosas la perfección consiste no en el acrecentamiento del propio ser, sino en su empequeñecimiento. El Gran Arquitecto del Universo evidentemente siente una especial predilección por todo lo pequeño, por lo ínfimo y minúsculo, por eso el universo está conformado por átomos . El lema «lo Pequeño es hermoso»; pues sabe que son las pequeñas cosas taque hacen la felicidad del hombre y le ayudan a avanzar En el camino la felicidad del lo espiritual; que los pequeños detalles son lo decisivo en la vida de una persona. En contrapartida, nutre una especial aversión hacia todo lo que sea gigantismo, macro desarrollado , crecimiento desmesurado , imponente . La visión masónica de la vida, aborrece los egos inflados, las ofensas , repudia el fanatismo de las gran des masas, ve con malos ojos a las grandes ambiciones, los grandes bloques políticos y militares. La masonería prefiere la pequeña logia , las oraciones cortas a los largos rezos. Este amor de la Masonería a lo a lo sencillo, a la modesta pequeñez, a la humildad queda magníficamente expuesto en la siguiente idea: ¡Hay! de aquellos ingenuos, ilusos y prepotentes que ingresan a la orden embriagados de soberbia vana y poder económico, político o de otro tipo, en busca de grados y diplomas que les revelen en corto plazo los secretos de la Masonería porque solo encontraran rituales exentos de vida, fríos y estériles, castrados de todo poder de convocación y revelación, palabras huecas y sin valor… Porque la revelación del secreto, repito, no está en las palabras ni actos exentos de sentimiento, emotividad y conocimiento.

El Maestro Secreto que mora en el interior de vosotros, solo revelara el misterio del conocimiento Masónico al que con corazón y mente limpios de la escoria de su naturaleza inferior, toque a las puertas de su templo y sean sinceros en su deseo de aprender para servir a la humanidad y gloria de Dios.

Hasta en la profana vida personal se recomienda moverse en un pequeño espacio vital y se propone como ideal lo vital, lo no ostentoso. No es extraño, por tanto, encontrar en consejos en el mismo Libro de la Ley o Santa Biblia que van en la misma linea que la exhortación evangélica a hacerse semejante a los pequeñuelos. En los textos del sufismo abundan los pasajes en que el Sabio es comparado a un niño recién nacido o a un pequeño que juega con despreocupación y soltura. En este sentido puede decirse, que la orientación vital de la Masonería está inspirada por una «voluntad de impotencia que va en sentido diametralmente opuesto a la «voluntad de poder» o «voluntad de potencia» de Nietzsche. «Lao-Tse tiende a la idea del mínimo, al igual que Nietzsche tiende a la del máximo» .
La Humildad en Masonería es el servir a la Humanidad. 
   Cierto religioso, obsesionado con la humildad, se dirigió a un masón y le comentó lo siguiente: ¿Existe algo peor que la falta de humildad? Si, hacer llamar la atención para que todos vean que tu eres humilde y los demás no. Ahí tu humildad se convierte en vanidad. El religioso agrego: Pero, la humildad es necesaria, y yo debo ser un ejemplo. El Masón contesta: Cuando personas dominantes quieren que seas humilde, lo hacen para poder silenciarte y oprimirte, estas personas dominantes sólo fingen ser humildes, es su sistema de control sobre las masas. Y agregó, el masón debe demostrar su humildad sirviendo con discreción a la humanidad, y no servirse de nadie. El Trabajo del Masón no está sólo dentro de Logia  
Para el Masón la humildad no tiene ninguna connotación con el sometimiento, mansedumbre o debilidad, sino que la asocia con la fuerza de voluntad para callar al ego y volverse receptivo a las palabras de su ser interior.

Pero por encima de todo esto, para el Gran Arquitecto del Universo, la humildad es básicamente vaciedad, vaciamiento del propio ser. Ser humilde significa vaciarse: vaciarse ante todo de sí mismo, del ego, de las complicaciones y problemas creados por la inercia mental. Para conseguir la verdadera humildad, hay que vaciar la mente de los contenidos tan inútiles como perjudiciales con que normalmente la cargamos y que lo único que hacen es suprimir nuestra espontaneidad y cerrarnos la vía a la percepción de la Verdad que mora en lo más profundo de nosotros. Este vaciamiento de uno mismo resulta en realidad de imitar al Gran Arquitecto del Universo en su advocación de la Naturaleza, que es en sí mismo Vacío, , Nada o No-Ser, «Vanidad de las vanidades como dice la Biblia Con su humildad vacía, el Sabio se hace semejante al Cero divino e inmaterial, a la Nulidad Suprema que se oculta tras la realidad y este vacia de disuelve toda apariencia ilusoria. El sabio Gran Arquitecto del Universo se vacía de todo para poder ser llenado por Todo.
Sobre el masón y la Humildad
No resulta ajeno a ningún masón que la Humildad es una de las virtudes más difíciles de construir y que de ella depende, en gran parte, el destino de una Logia. Por contraposición, la Soberbia es una de las causas del infortunio, tanto en la vida de las Logias Masónicas como en la vida misma. 

Consideremos para empezar que Lucifer, el ángel más hermoso creado por Dios, se rebeló contra su propio Creador por soberbia.

Por lo visto, eso de ser “portador de la luz” –significado de su nombre- era una carga demasiado pesada y se lo creyó también demasiado, lo que le supuso su derrota a manos del arcángel San Miguel, su expulsión de los Cielos y su confinamiento en el ámbito terrestre.

Desde entonces, y como consecuencia de aquella tentación primigenia y de aquel acto de protoorgullo, Lucifer sería para siempre el ángel caído.

Dice el Génesis que la serpiente, el animal “caído”, el más “terrestre y arrastrado” de la Creación, le dijo a Eva para tentarla “Seréis como dioses”, con el resultado que todos sabemos: sembrar la semilla de la tentabilidad, la susceptibilidad de ser tentados por la soberbia en todo el género humano.

Fue tras la tentación de Adán y Eva cuando Yaveh estigmatiza la serpiente, recordándole su condición de Bestia “caída” al suelo, y arrastrada por tierra y maldiciéndola con eterna “enemistad” con el género humano, linaje de Eva.

Desde entonces, el Maligno es enemigo -“el” enemigo- del hombre, y únicamente se le aproximará para tentarlo, arrastrándose por tierra.

Los Evangelios de San Mateo y San Marcos refieren como Satanás, en el desierto, tienta al mismo Cristo, pretendiendo aprovecharse de su naturaleza humana, cuando mezcla la flaqueza de un ayuno de cuarenta días con la soberbia, ofreciéndole todas las riquezas del mundo -“Todo esto te daré si me adoras de rodillas…”-.
Un buen cebo, un señuelo de orgullo para satisfacer la soberbia crónicamente herida del Gran Caído.
(Por cierto, una leyenda dice que la colina desde donde Satanás le mostró el mundo a Cristo para tentarlo con todas las riquezas materiales, era el Collcerola ; por eso, de las palabras de la tentación en latín, “te daré” deriva el nombre de la montaña: “Tibi dabo”.)

Incluso en el momento de la Crucifixión, Cristo vio como se le ponía a prueba su condición de Hombre en la última tentación a la soberbia por Kistes, el mal ladrón, que como sabemos fue refutada por Dimas, el ladrón bueno.

Pero, ¿qué es el orgullo, además de un pecado?
¿Cómo funciona?

Maticemos que existe un “orgullo” legítimo y otro ilegítimo: el orgullo “legítimo” tiene que ver con la satisfacción que se siente por el acceso al éxito o a la felicidad adquiridos justa y merecidamente por uno mismo o por personas o entidades que vinculan personalmente al ”orgulloso”.
No es desafiante ni excluyente; por el contrario es integrador, festivo y en la medida en que se comparte, es enriquecedor.
Al orgullo ilegítimo lo llamamos soberbia y, técnicamente, es una tendencia o necesidad enfermiza a sentirse por encima de los demás.
Es un pecado; pero también es una enfermedad. La más grave del alma. La peor de la mente.
Obviamente, puede haber actos de soberbia aislados en la vida de un individuo; pero esta sería la excepción: desgraciadamente, en la mayoría de los casos, la soberbia no es un acto sino una actitud ante la vida, un elemento constitutivo de un carácter que muy a menudo deviene patológico en el plano personal, social y moral.
La soberbia acostumbra, en sus aspectos clínicos, a ser consecuencia de lo que Alfred Adler definió como complejo de inferioridad.
Es decir y para entendernos, que solo necesita sentirse por encima de los demás aquel que en su fuero interno se siente por debajo.
No necesariamente quien “está” por debajo, sino quien se “siente”.
Y este “sentirse” por debajo, lleva quasi indefectiblemente, como reacción perversa, a sentirse humillado.
Perversa, sí, porque es la identificación de facto con Lucifer.
Este orgullo ilegítimo, enfermizo o “soberbia”, por contraposición al que llamamos “orgullo legítimo”, es desafiante, excluyente, egoísta por esencia, ya que esta a la defensiva ante el mundo entero.
Dado que es consecuencia clínica de un complejo, o en tanto en cuanto podemos considerarlo un complejo en sí mismo, es imposible de satisfacer –todos los complejos lo son- y por tanto, siempre exige más.
Es muy significativo que, para los espíritus torturados por esta verdadera maldición, siempre se confunde la idea de “humildad” con la de “humillación”.
Y, además, en el peor sentido posible.
Por eso hay soberbias que necesitan ayuda de un confesor; y también hay soberbias que la necesitan de un psicólogo.

Además, está la idea de “dignidad”.

Más allá del sentido semántico que hace de “dignidad” sinónimo de ”honor”, “oficio de prestigio” o “cargo de alta posición”, la “dignidad” como pauta de actuación y de relación, es la sana aspiración a ser considerado como uno más; no “más” necesariamente, pero, en todo caso, tampoco menos.
Es la aspiración a la respetabilidad inherente a la condición humana y propia de todo hijo de Dios.

Es sintomático que para los orgullosos enfermizos –o soberbios-, siempre ansiosos (por su propia fragilidad de alma), de humillar al prójimo, la dignidad ajena es vivida como “soberbia”, mientras que la propia prepotencia, o sencillamente, su propia soberbia acomplejada, es sentida y morbosamente autojustificada como “justicia”.
Por este motivo podemos entender a los déspotas como verdaderos vampiros de la dignidad ajena, con la vana esperanza, como se dice, insatisfacible, de nutrir su propio orgullo enfermizo.

Sea como fuere, y como ya hemos dicho, la naturaleza humana “caída” y pendiente de reintegrarse con Dios, es débil ante la tentación, y donde más débil es, es precisamente en al ámbito del orgullo.

El “demonio” interior de cada uno de nosotros, el “daimon”, como lo entiende el Cristianismo desde la redacción de la Septuaginta, nos hace ser presa esencialmente fácil de la tentación; y nada tiene que tener de extraño: tal y como decimos en referencia a Lucifer, la tentación primigenia fue ésta de la soberbia; en referencia al Génesis fue la tentación protobíblica de Adán y Eva; y fue la tentación por excelencia: fue la que sufrió Cristo mismo, a manos de aquel Lucifer, soberbio-enfermo desde el origen de los tiempos.

La tentación de la soberbia va, pues, implícita, casi más que ninguna otra debilidad, en la naturaleza humana.

Si popularmente se dice que la pereza es la madre de todos los vicios, el orgullo, la soberbia, es la abuela.

Reflexionemos: si es evidente que el pecado nos distancia del Padre, lo que más nos distancia es el pecado primigenio, el megapecado original, que es el que tenemos que reconducir para reintegrarnos plenamente con El, mediante la práctica de la virtud antitética de la soberbia que es la humildad.

Y es importante tener claro el matiz: la humildad es la vía que nos acerca al Padre. Y el Padre nos ama; y en tanto en cuanto el Padre nos ama, nos quiere dignos y no humillados, como todo Padre quiere a sus hijos.

Esta idea de la humildad nos toca muy de cerca en tanto masones cristianos:

No es gratuito recordar los votos de obediencia de muchas órdenes religiosas y caballerescas cristianas, que comportan tácitamente la humildad ante la jerarquía estructural de la orden en cuestión.

Como tampoco es gratuito recordar la posición que, en todo sistema docente, mantienen los discípulos respecto de los maestros: Mal iríamos si la maestría se cuestionase, se interrumpiese y no se respetase.
Especialmente mal iría el alumno, que poco y difícilmente aprendería nada.

Pero estas serían solo visiones formales: por encima de otra consideración, la humildad es una virtud per se, mucho más trascendente que una simple “reacción” al vicio del orgullo, o que una integración en una determinada estructura jerárquica.

Y es mucho más trascendente porque constituye la plasmación de la asunción de la realidad, del lugar que ocupamos en la Obra Creadora Divina.

Por eso tiene sentido asumir la jerarquía en la Orden, como reflejo simbólico de la humildad obvia ante Dios mismo.

Por eso, la humildad, en tanto en cuanto que por ella aceptamos la realidad de nuestra condición de hijos de Dios y hermanos en Cristo, es dignísimo sinónimo de sabiduría y de conocimiento.

De la Sabiduría y el Conocimiento con mayúsculas, que no son ni han sido nunca un bagaje acumulado de datos más o menos enciclopédicos, sino la buena disposición a aprender, es decir, la actitud positiva del aprendiz vitalicio, que no tiene miedo alguno a saber ni a enterarse de su propia dimensión.

Por eso, contra lo dolorosamente sentido por los enfermos de orgullo y soberbia, la Humildad no tiene nada de humillante, ya que es la vía de la Iniciación.

Porque el sabio, el verdadero iniciado, el ideal de Masón al que aspiramos, siempre estará dignamente arrodillado ante la presencia de Dios.
El ego es el gran obstáculo por excelencia para entrar en comunión con el Gran Arquitecto del Universo . Estamos unidos al Gran Arquitecto del Universo , pero la ilusión del Ego nos hace creer que estamos separados de él, que somos entes aislados e independientes. El ego es el separador, el que divide y distancia, el que enemista y crea barreras , el mundo Masónico es el mundo de la unidad y la armonía; el mundo del ego es el de la dualidad, el enfrentamiento y el conflicto. El ego es lo irreal, el ego crea soberbia , la falsedad y la mentira; el Gran Arquitecto del Universo es la Verdad, lo auténtico y genuino, la realidad por antonomasia. Por eso, para llegar a la unión con el Gran Arquitecto del Universo es indispensable disolver ese ente ilusorio y perturbador que es el ego. El ideal es no ser nada ni nadie, sólo así podremos serlo todo. De lo que significa esa ausencia de ego, ligada a la unión con el Gran Arquitecto del Universo , dan idea las siguientes ideas del mundo verdaderamente masónico , el masón liberado del ego el cual al ser preguntado sobre lo que sentía en su estado de éxtasis, tras haber activado la circulación de la energía cósmica, respondía: «Yo no siento nada. Hay una bienaventuranza que se produce, pero no me pertenece. Es un atributo Masónico que brilla en este fantasma que es mi cuerpo físico » .

La idea de la humildad perfecta, del anonimato, de la mente pura y vacía, de la autoanulación o supresión del ego queda concretada en dos símbolos: el del hilo , que todavía no ha sido coloreado, y el de la piedra sin labrar o la roca en estado bruto. Lo que en el léxico Masónica se conoce respectivamente como piedra bruta o tosca. Ambos símbolos hacen referencia al estado original de inocencia e ingenuidad del ser humano en su estado primordial, antes de ser trabajado para bien o deformado Por una cultura defectuosa, acumuladora de vicios y errores.

El signo alegórico masónico que expresa la idea de la piedra mal tallada es la representación gráfica del hombre sin cultura, el trozo de piedra que no ha sido Todo con el que símbolo de vive plenamente fundida cuando Todo: «Es el símbolo Masónica o del Todo cósmico»; esa piedra donde vivimos la vida del Gran Arquitecto del Universo. Es la piedra con la que, según se podrán hacer recipientes útiles para los demás y que pueden ser usados precisamente por su vacío.
Se destaca como cualidades del estado de «la piedra bruta» la solidez y la autenticidad: «No hay en él nada artificial>»; quien vive instalado en ese estado «es amplio y comprensivo en sus ideas» . Por su parte, se pone de relieve que la «simplicidad original>> representada por el concepto de la piedra en lo absoluto «una banal inocencia primitivista casi animal idealizada», sino el estado al que otras tradiciones aluden con el mito de la «Edad de oro» y en el cual se funden <<la naturalidad de lo sobrenatural y la sobrenaturalidad de lo natural» . Son interesantes las reflexiones que sobre este tema hace, según el cual el estado de ser simplemente piedras significa «un retorno al propio yo natural», y para alcanzarlo hay que eliminar la ambición y los patrones agresivos que impiden que en el individuo arraiguen las tres virtudes de la compasión, la humildad y la moderación. La conquista de la condición de ser alegóricamente como humildes piedras exige asimismo liberarse de cualquier forma de alienación, heteronomía u otras directrices . Es decir, supone recuperar el control de la propia vida en la sencillez y la naturalidad: dejar de estar dirigidos o manipulados desde fuera, poner fin al sometimiento a cualquier poder extraño -la publicidad, la propaganda, la opinión pública, el «qué dirán», la incitación al consumo, etcétera, y al mismo tiempo hay que abandonar la obsesión por influir en el mundo., sólo conseguiremos el Pu si dejamos de preocuparnos por ver si el mundo se rinde
El masón es comparado como humildes piedras , que no se convertirán en oro , sino en piedras útiles para un fin superior al oro. 
Es necesario usted como masón disfrute de la condición existencial de ser piedra, una piedra que no ha sido trabajado por la mano del hombre, esta la piedra en un estado de total pureza e integridad, un estado de vaciedad y pobreza interior, apto para ser colmado por la riqueza del Universo. Empleando la terminología inversa, tan conectada a la Masonería , podemos decir que lo que hay dentro de tal condición de piedra es humildad, que es un No-Yo que se manifiesta en un No-pensar, un No-actuar, un No-saber y un No-desear.

Alcoseri

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