La mayoría de los actuales rituales de la masonería tienen su origen en nuestros antepasados. De aquellos masones operativos que, entre los siglos XIII y XVII asombraron al mundo con enormes templos y edificios, provienen muchos usos y costumbres practicados por los masones de hoy. De hecho, la membresía para entonces a ésta hermandad no era un simple acto de afiliación, sino que los nuevos "hermanos" tenían que atravesar una ceremonia que los constituía como uno más del taller.
En la europa medieval, se disponía un salón para recibir al candidato. Acto seguido se le recibía y era despojado de todos sus metales (armas, monedas, prendas, sellos) para luego cambiar su aspecto al de un ser que ni vestido ni desnudo y con los ojos cubiertos quedaba totalmente indefenso.
En la cámara de entonces también reposaban sobre el libro de los evangelios la escuadra y el compás. El aún profano era purificado con aire, agua y fuego y juraba ante todos los presentes mantener en secreto los conocimientos de la orden. Seguidamente se le otorgaba una palabra, un saludo y un toque con el cual sellaba su Iniciación. Al culminar tal faena la jornada culminaba con un banquete, donde entre plegarias se le agradecía a dios por la nueva adquisición. En teoría mucho de esto permanece en nuestros rituales hasta hoy.
Con el paso del tiempo, elementos políticos, religiosos, bíblicos, iluministas, templarios, cabalisticos entre otros, incorporaron viajes y pruebas a los que se sometía al recipiendario enriqueciendo aún más tales ceremonias.
Recordemos el cuarto o cámara de reflexiones. En los misterios de Eleusis en la antigua Grecia se describía ésta parte del ritual cómo la semilla que, siendo sumergida se descompone y de sus entrañas emerge una nueva planta. En esencia eso sucede. En aquella oscura y subterránea recámara muere el profano y nace el masón.
Yendo al antiguo Egipto, la cofradía de constructores fué más allá. Sólo candidatos de excepcionales condiciones físicas, morales e intelectuales eran capaces de salir victoriosos de las terribles pruebas.
Literalmente, debían sortear la oscuridad absoluta, mortales precipicios, vientos huracanados, y devastadores incendios. Dichas pruebas servían también para liberar al aspirante de la Lujuria, la Envidia, La Gula, la Avaricia, la Soberbia, la Pereza, la Ira como encadenamientos propios de la carne que atan al alma. Una vez superadas las pruebas, aquel hombre volvía al templo donde se le eran revelados los secretos de la Iniciación.
El simbolismo de hoy rescata lo más sublime de los antiguos usos y costumbres de la masonería operativa, sin embargo no es la Iniciación un acto mágico o milagroso. La ceremonia por si misma no convierte al neófito en un masón de manera instantánea. Ésto sucederá con la ayuda de buenos hermanos en logia y el esfuerzo propio, la disposición real de este hombre en cavar calabozos a los vicios y elevar templo a las virtudes. Ese día comenzará un proceso iniciático de por vida el cual depende única y exclusivamente de él mismo.
Hoy en día la masonería cambió las peligrosas pruebas físicas, los largos periodos de instrucción y la severa selección de candidatos por métodos más flexibles, lo que nos invita a examinar minuciosamente a cada prospecto. El rigor de éste proceso no puede ni debe ser tomado a la ligera. Apurarlo con el único fin de abultar nuestra membresía es y será un error.
En otras entregas se ha planteado que, no tener en cuenta tales códigos nos llevará a la frustración y la desesperanza.
La Iniciación de un masón hoy, reúne la herencia de los masones operativos y las prácticas del oriente medio y cercano entre otras, en una ceremonia que simboliza la muerte y la vida, el bien y el mal, y el nacimiento de hombres virtuosos, eslabones de ésta ancestral hermandad llamada a impartir luz a la humanidad.
masoneriasimbolicaoficial@gmail.com
CINCO CONDICIONES PARA RECIBIR LA INICIACIÓN MASÓNICA
1. La primera condición para recibir la iniciación masónica que se requiere es la Inteligencia, porque la Masonería no quiere soldados ciegos o ignorantes que marchen a impulsos de la voluntad ajena, ni cuando se les diga: Marchad!; los adeptos de la Masonería no son máquinas, tienen una misión que desempeñar, y es preciso que ellos la comprendan bien y que sepan si pueden consagrarse a ella. No es el Fanatismo lo que valora la Orden; es el sentimiento del deber apoyado sobre la Razón lo que debemos cultivar para ser hombres útiles a la sociedad.
2. La segunda condición exigida es la Rectitud, porque no queremos sendas tortuosas, ni actos que la conciencia pueda reprobar; el fin es noble y grande, y es preciso marchar hacia él sin titubear. No queremos capitulaciones con la conciencia, ni restricciones mentales, debemos ser equitativos y rectos en todos nuestros actos, pues la Masonería no quiere triunfos comprados por medios ilícitos; queremos rectitud en la vida privada y rectitud en la vida pública, regla invariable del iniciado en todas las ocasiones y en todas sus circunstancias.
3. La tercera condición que debe tener el iniciado es el Valor. ¿Por qué hemos de ocultar a los adeptos los peligros a que pueden estar expuestos, los odios que contra ellos se suscitan y las persecuciones de que puedan ser objeto? En la lucha siempre viva, que algunas veces tratan de sostener por sus ideales, se necesita valor para soportarla; el Valor es indispensable.
4. La cuarta condición que se impone es la de la Prudencia, pues si el Valor es siempre necesario, no lo es menos la Prudencia, no es justo que al exponer su reposo, su fortuna y su vida expongan las de sus hermanos por una indiscreción. La Masonería no quiere fanfarronadas, ni demostraciones inútiles o vanidosas, ella necesita de ese Valor reflexionado que va siempre a un punto trazado y sin arrojarse locamente a empresas fútiles. La Orden quiere que se esparza el Ideal, que se fecundice sin descanso ni treguas y cuando el momento de la oportunidad se presente se haga triunfar, pero no quiere que suenen las trompetas de la victoria sin haber llegado la hora de recoger los laureles.
5. La quinta condición que ha de adornar al buen Masónes el Amor a la Humanidad, piedra angular del edificio que está obligado a levantar: ¡Amor a la humanidad! Es a ella a quien todo debe consagrarse, ¡Atrás el egoísmo! ¡Fuera los pensamientos de personalidad! ¡El Masón debe inclinarse ante el interés general!, lección sublime en que se enseña a que todo sentimiento individual debe absolverse en el amor a la humanidad y que el bienestar de los hombres es el único objeto de los esfuerzos constantes del verdadero masón.
(Tomado de la Biblioteca de Colorado Ruiz, QDLGLC)
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