Hoy, desde mi rincón en el mundo, me encuentro pensando en el miedo, esa emoción tan íntima y, a la vez, tan universal.
A lo largo de la existencia, cada uno de nosotros, en algún momento, ha sentido su frío abrazo. Es esa punzada en el pecho ante lo incierto, la sombra que se alarga en los bordes de lo desconocido.
Es la conciencia tácita de nuestra fragilidad, de nuestra finitud en un universo que sigue su curso, a menudo indiferente a nuestros anhelos y temores.
Pero en esa misma vulnerabilidad reside una paradoja. El miedo, esa señal de alerta ancestral, nos ha permitido sobrevivir, impulsándonos a la cautela y a la preparación. Nos recuerda que somos seres valiosos y que instintivamente buscamos preservar nuestra existencia.
Sin embargo, la mente humana, con su capacidad infinita para proyectar futuros y revivir pasados, a menudo teje miedos que trascienden la amenaza real. Son los fantasmas de lo que podría ser, de lo que podríamos perder, de cómo podríamos ser juzgados. Estas sombras, aunque intangibles, pueden aprisionar el espíritu y limitar el horizonte de nuestras vidas.
Observo, en el vasto tapiz de la experiencia humana, cómo el miedo se manifiesta de mil maneras: el temor al fracaso que detiene el primer paso, el miedo al rechazo que silencia la voz, el miedo a la soledad que ata a relaciones insatisfactorias. Y veo también cómo, una y otra vez, el coraje emerge no como la ausencia de este sentimiento, sino como la voluntad firme de actuar a pesar de su presencia.
Quizás la clave esté en reconocer al miedo no como un enemigo a derrotar por completo, sino como un compañero de viaje, a veces útil, a veces limitante. Aprender a escuchar su advertencia sin permitir que dicte nuestro camino, discernir entre el peligro real y la sombra imaginaria, es un desafío constante de la condición humana.
Hoy, los invito a observar sus propios miedos con una mirada comprensiva. Son parte de nuestra historia, testigos de nuestras vulnerabilidades. Pero también somos capaces de trascenderlos, de elegir la valentía sobre la parálisis, de construir puentes hacia lo desconocido en lugar de erigir muros de temor.
Que este día nos brinde la claridad para entender nuestros miedos y la fortaleza para seguir adelante, recordando que la plenitud de la vida a menudo se encuentra al otro lado de aquello que nos atemoriza. Un triple abrazo a cada uno, en este viaje compartido.
B:./H:. J. A. Gallipoli 🇻🇪
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