Con cada amanecer que el Gran Arquitecto del Universo nos concede, no solo acumulamos días, sino también el material precioso para la construcción de nuestro templo interior: la experiencia.
Es en el crisol de los momentos vividos, tanto los que nos bañan de luz como los que nos sumergen en la sombra del desafío, donde se forja la verdadera sabiduría.
No es un conocimiento que se adquiere en pergaminos, sino uno que se cincela en el alma, que se respira en cada decisión y que se refleja en la serena mirada de quien ha comprendido los planos de la vida.
Los años nos revelan que la vida es un gran taller, donde cada experiencia es una herramienta y cada desafío, una piedra bruta a desbastar.
Aprendemos a manejar el cincel de la paciencia y el mazo de la perseverancia, no siempre con la perfección del maestro, pero sí con una creciente comprensión de la obra que somos.
Las caídas, que en la juventud parecían derrumbes insuperables, se transforman con el tiempo en los cimientos de nuestra fortaleza, en marcas que atestiguan la resiliencia del espíritu.
Nos damos cuenta de que el error no es el fin de la obra, sino a menudo el ajuste necesario en los planos que nos conduce a una construcción más sólida y auténtica.
La luz de la sabiduría, que los años nos otorgan, nos invita a contemplar el camino recorrido sin arrepentimiento, pero con una profunda gratitud por cada paso en la senda. Nos permite discernir la verdadera esencia de lo efímero, a valorar la serenidad del espíritu sobre el clamor profano, la fraternidad genuina sobre la apariencia. Nos enseña a escuchar con atención, a hablar con la precisión del compás, a perdonar con la escuadra de la justicia y a amar sin reservas, comprendiendo que el tiempo es el material más valioso y que los lazos de unión son el verdadero legado de nuestra obra en la Tierra.
Es una sabiduría que no se impone, sino que se comparte con la humildad del aprendiz que ha avanzado. Nos dota de la capacidad de ver más allá del velo de la ignorancia, de comprender las complejidades humanas con mayor compasión y de enfrentar el futuro con la fortaleza de la fe y la claridad de la razón.
Porque al final, la experiencia no es solo lo que nos sucede en el camino, sino lo que hacemos con ello al pulir nuestra piedra.
Y la sabiduría es el arte de transformar ese trabajo constante en una vida plena y significativa, digna de la Gran Obra.
Escribe: Q.·. H.·. José Alberto Gallipoli
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