Una fría tarde de invierno, un hombre adinerado salía de un elegante edificio, ataviado con un abrigo caro y un reloj de oro que brillaba bajo el sol. Mientras caminaba hacia su carruaje, vio a un hombre pobre tirado en el suelo, con la ropa hecha jirones y las manos temblorosas por el frío. El pobre levantó la mirada y le dijo: —¿Podrías ayudarme, señor? No he comido en días. El hombre rico buscó en sus bolsillos, pero no encontró dinero. Había salido sin su billetera. Miró alrededor, sintiéndose impotente, hasta que su vista se posó en su reloj de oro. Dudó por un momento, pues el reloj era un regalo valioso, pero decidió quitárselo para entregárselo al pobre. Cuando extendió la mano para darle el reloj, algo inesperado sucedió. El hombre pobre tomó su mano con cuidado, la apretó suavemente y dijo con una sonrisa: —Gracias, señor. Usted ya me ha dado algo invaluable. El rico se quedó perplejo y preguntó: —¿Pero qué te he dado? Aún no te he entregado nada. El pobre respondió: —Us...
De la oscuridad a la luz masónica. De los Masones Hispanos de Canada, en Quebec.
Comentarios
Publicar un comentario